Contando canas

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Por: Yamir Ramirez, miembro de la Red de Escritores Arequipa.

Podría jurar que fue ayer cuando estaba sentado en los hombros de mi abuelo, él deseoso de llevarme a cosechar manzanas, yo muerto de miedo por la altura. Su bondad siempre es evocada en los entierros, que son las ocasiones donde se junta la familia, los panales de abejas, su pequeña maleta de cuero llena de frutas, miel o camarones para cocinar un chupe. Un día bailaba un huayno evocando su memoria en mi mente, me sorprendió oír la voz de mi madre decirme – Espera, detente no sigas, me recuerdas a mi padre.

Cuando murió yo tenía seis años, me dijeron que se fue en un tren, en mi imaginación de niño él recorría el mundo.

Con el Sr. Luis Velazco nos conocimos en Arequipa, su hijo menor es amigo de mi hermano mayor, le gustaba hablar y a mi escucharlo, fue un ingeniero eléctrico muy diligente: me comentaba las obras en que participó, desniveles de ríos y cálculos de energía, un tipo muy activo, ya retirado entrado en años ayudaba a su hija Rosa en un negocio de especias, además siempre estaba atento a las necesidades de su esposa que convalecía de un derrame. Era metódico y disciplinado, como todo ingeniero bien formado le gustaba la exactitud, no tenía miedo a la hora de manejar la computadora, aparato que yo estaba encargado de reparar, para mi buena suerte me llamaba cada tanto, nuestras charlas duraban más que la compostura del aparato.

Tiempo después por coincidencias de esas que suceden una en un millón pedí a Rosa que hiciera un depósito en mi nombre a un banco español, era una pequeña tasa para unos trámites, cuando ella entendió de que se trataba me dijo que no pague nada, que se encargaría de todo porque su labor diaria era hacer trámites migratorios. Cuando llegué a Madrid ella en un momento me dijo – Estas aquí gracias a mi papá.

Hoy por hoy en Barcelona visito la librería “Espíritus del agua” donde Albert Costa vende su biblioteca particular, años atrás estudió ingeniería industrial luego antropología, viajo muchas veces a África también pisó América Latina. Tiene un alma juvenil, cada tanto me dice: “si te levantas de la cama a los 83 años y no te duele nada significa que estas muerto”. De la muerte él sí que sabe porque alguna vez tuvo que ser reanimado. Hemos quedado para ir a un museo juntos, espero que esto suceda pronto.

La crueldad del espacio me hace no poder escribir sobre mi abuela paterna que con sus estudios modestos tenía una inteligencia delicada adornada por la sencillez, o del padre dominico Arturo Elaes Ramírez a quien llamábamos tío, estuve a punto de bautizarme cristiano, me animaba tenerlo como padrino más que el culto religioso, el tiempo nos jugó en contra.

Como les decía, ayer estaba en los hombros de mi abuelo y hoy Albert me cuenta que los africanos veneran a sus ancestros más que a una religión. Quizá esta es una forma de venerar a los míos.

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