A fines de los sesenta funcionaba, en los altos de la Biblioteca del Ateneo de la ciudad de Arequipa, el Instituto Italiano Dante Alighieri, en el que éste escribidor se apuntó, no solamente por el interés en el alegre y dolce idioma, sino también por el lujo de tener como profesor a un humanista de verdad, en griego y latín, español, italiano, etc., un vero rinacente, un huomo universale a la franca: Pier Zampetti. Aunque romano de nacimiento, vivió en Arequipa sus últimos 37 años y murió aquí, como arequipeño. Enseñaba Griego y Latín en la Universidad Nacional de San Agustín y en el Instituto Dante Alighieri, el italiano. En ese local, a los 18 o 19 años, escuché por primera vez, en mi desconcertada vida, una conferencia de verdad, en vivo y en directo.
Estuvo organizada por el Instituto Víctor Andrés Belaunde que dirigía el precoz, inquieto y excelente estudiante de derecho, Orlando Mazeyra Ojeda. Yo acepté sin pensar un segundo (como era mi costumbre -no pensar) la membrecía en esa institución, no sólo por la amistad y por ser promoción de Orlando, sino también porque entre los juegos florales que el instituto Víctor Andrés Belaunde programaba cada año, el basketball era disciplina imprescindible y de la que yo estaba apasionadamente enamorado.
El tema de la conferencia eran 7 ensayos… de José Carlos Mariátegui. El expositor invitado: Eusebio Quiroz Paz Soldán, a quien tuve el honor y el gusto de conocer ese mismo día. Lo increíble es que —a pesar de ser yo— no me aburrí un instante y más bien no pude evitar una inesperada y desconocida fuerza de atención en mí, que no era precisamente el mejor alumno de la promo y estaba bien lejos de serlo, sino un simple estudiante apasionadamente enamorado del basketball, como ya dije.
Lo que ha marcado mi conciencia respecto de esa primera conferencia, no es sólo que nació mi empatía por José Carlos Mariátegui (a quien después dediqué dos libros) sino que eso lo debo a la nobleza, tolerancia y honradez del expositor, del conferencista de esa primera conferencia, que no era ni socialista, ni de izquierda, ni comunista, ni mariateguista; sin embargo permitió lograr ese efecto motivador en un adolecente que recién empezaba a bajar de la luna, gracias a arequipeños notables como Eusebio Quiroz Paz Soldán, que no dudaba en reconocer los méritos de un gran hombre, como Mariátegui, a pesar de no coincidir del todo con su cosmovisión y su posición política.
Me da la impresión de que él, extrañamente, ha podido conservar en sí mismo y expresar en su obra, un etimológico sentido primigenio, de suma y apertura a todos los espíritus, de universalidad, que eso significa católico (suma de culturas) y bondad cristiana en el sentido unamuniano de la palabra, en las antípodas de la hipocresía, el espíritu gregario, el sectarismo y la mezquindad humana, siempre demasiado humana.
Probablemente ese día tuve mi primera lección ético política explícita y a fondo, en vivo y en directo también. No era solo buena suerte, era la época. El deterioro educativo en el Perú empieza en los setenta, más o menos. Un espíritu maduro, refinado y culto como el de nuestro historiador arequipeño ¿cómo podría ser intolerante? Ser justo con el enemigo propugna el Baghabad Gita. Eso se parece mucho a lo que me sorprende y conmueve más en la actitud de Eusebio Quiroz Paz Soldán, en su conducta personal y en su obra.
Cuando digo a los estudiantes que no interesa tanto la posición ideológica del profesor (si es conservador o revolucionario, creyente o incrédulo, derechista o izquierdista) sino su calidad que es lo único que debe importarles, lo digo pensando en arequipeños como Eusebio Quiroz Paz Soldán, con quien tampoco me unian afinidades ideológicas precisamente. Pero sí la admiración, el respeto que él merece y la amistad que ha sabido cultivar como pocos. Es como si nuestro historiador hubiera estado destinado a tomar «la extraña resolución de ser razonable», como promovía Borges en «Los Conjurados»: «olvidar las diferencias y acentuar las afinidades». Eso hizo por lo menos conmigo y de ahí que yo le solicitara un epílogo para uno de mis libros (Historia, Poder y Resentimiento), que él aceptó con mucha generosidad y versación.
La calidad de su obra histórica -como ocurre con los mejores historiadores- es inseparable de su alta calidad humana. Muestra en carne y hueso como ambas dimensiones se conjugan en el historiador que entiende el conocimiento de la historia como la más alta posibilidad de conciencia de nosotros mismos, consistente con cierta conducta personal, paradigmática en su caso, hecha especialmente de cierta lúcida sencillez o de sencilla lucidez, un historiador vivo y vivificante. Sencillez quiere decir ninguna pose y si mucha amigabilidad y cordialidad aún y sobre todo por el otro, el respeto por el otro en su diferencia.
Personalmente tengo que agradecer a Eusebio Quiroz su lección de principios ejercidos, su sentido de tolerancia y de justicia, pero también asuntos de detalle, como el haberme ayudado a entender la historia como interpretación, a través de su obra sobre Arequipa especialmente, y las gratas y jugosas conversaciones con él, quiero decir su actitud personal frente a ella: la historia como determinación y valoración y el papel fundamental y la alta valía de la Academia Lauretana en la historia del Perú republicano, entre otras.
Somos varios, sino muchos, quienes viviremos agradecidos a la existencia de seres como Eusebio Quiroz Paz Soldán, que tiene la arequipeñísima virtud de «renovar laureles de ayer» viviendo auténticamente sus propios valores y motivarlos como hombre, como historiador e intelectual arequipeño, por amor a su ciudad, a la ciudad con la que seres como él se funden y confunden sin perder valor individual: un ciudadano republicano, uno de esos que con su desaparición física nos hace dudar fuertemente sobre la posibilidad de la muerte.
Salud y muchas gracias doctor Eusebio, por no haber necesitado de títulos para valer tanto y tenerlos merecidamente todos.
Salud y muchas gracias doctor Eusebio Quiroz Paz Soldán, por no necesitar de títulos para valer tanto y tenerlos merecidamente todos.