Mi Escena Favorita: La Sociedad de Los Poetas Muertos

Facebook
Twitter
WhatsApp
Telegram
Email
Print

Esta noche en #MiEscenaFavorita comparto dos especiales pasajes (entre ellos la escena final) de una de las películas más entrañables que marcó mi juventud, recordando ese “Carpe diem” que, más que una forma de sobrevivir a la vida, es una forma de invitarnos a disfrutarla, vivirla plenamente.

“La sociedad de los poetas muertos” (1989) es un film que inspiró a toda una generación a romper los rígidos esquemas tantas veces aceptados, por disciplina, por miedo, pero nunca por convicción. Interpretado el papel principal del maestro Keating por el carismático y ya desaparecido actor Robin Williams, la película nos narra cómo la llegada inesperada de este docente a las aulas de una ortodoxa escuela revoluciona la vida de varios estudiantes dominados por un sistema opresor que les señala qué deben hacer y qué no durante las clases. Sin opinión ni opción a expresarse libremente, todos vestidos de manera uniforme e incluso con el mismo corte de cabello, ven en el arribo de Keating una esperanza de cambio, ya que este les induce en su clase de poesía a tener su propia voz y lanzarla al viento cuando sea necesario, en un afán por inspirarlos y hacer de su existencia algo extraordinario.

Una escena en particular me llamó la atención (siempre con la poesía de Whitman a la mano para despertar el alma rebelde de los jóvenes): en su afán por explotar lo mejor de uno de sus estudiantes, Keating lo saca al frente para crear un poema espontáneamente a partir de un verso del vate romántico estadounidense. La cámara rodeando y girando alrededor de los personajes, mientras Todd (Ethan Hawke) yace con los ojos tapados por la mano de Keating al tiempo que el primero -incitado por el maestro- va imaginando y creando un poema nuevo desde la imagen sudorosa de Whitman, es un recurso cinematográfico sencillamente magistral que enerva la intensidad del momento.

Remembrar un largometraje de este calibre nos permite dar cuenta de la importancia de hallar nuestra propia voz y cómo un profesor puede ayudar a encontrarla. Estos personajes de ficción han dado un primer paso para alzar la cabeza y despertar, percatarse de las cosas que no marchan bien y romper las normas preestablecidas que signifiquen un estancamiento, así como aquella escena final donde varios alumnos se suben sobre el pupitre para rendir homenaje al maestro líder que se va con la frase: “¡Oh capitán, mi capitán!”.

La poesía, por supuesto, debe llevarse en el alma y, como todo lo bello de esta vida, jamás habrá de morir. Y quienes se inmolaron en la poesía de la vida, en medio de la batalla, ya son inmortales. Indudablemente.

Facebook
Twitter
WhatsApp
Telegram
Email
Print