Despierta la misma fascinación y respeto en el circuito oficial de tenis de la WTA que en las agencias de publicidad más poderosas del mundo. Dueña de un servicio veloz y un golpe sofocante, nadie la quiere al otro lado de la red como adversaria –que le pregunten a nuestra Garbiñe Muguruza– pero todos se la rifan cuando suelta la raqueta para promocionar todo tipo de marcas. Tiene el mismo desparpajo para calzarse unas Nike último modelo que para vender unos fideos instantáneos. Naomi Osaka puede considerarse un soporte perfecto y completo, capaz de conectar con las masas y convertir en oro todo lo que toca. Juventud, belleza, mestizaje y ejemplo de éxito deportivo. De 23 años, madre nipona y padre haitiano, nació en Japón pero se ha criado en Florida. «Forbes» la define como la reina del marketing y hace hincapié en que tenía sólo un año cuando Serena Williams ganó su primer título de Grand Slam en 1999. Diecinueve años después, Osaka venció a Williams en la final del Abierto de Estados Unidos para ganar su primer Grand Slam. Esta madrugada volvieron a verse las caras en la Rod Laver Arena del Abierto de Australia.
Actualmente ostenta el puesto 3 en el ranking mundial y las ganancias parecen estár aseguradas. En el pasado ejercicio se convirtió en la deportista con más ingresos del mundo, adelantándose a la todopoderosa Serena Williams, según «Forbes». En la campaña 2019-2020, facturó 37,4 millones de dólares (34,2 de euros, 1,4 millones más que Serena. El grueso de las ganancias proceden de acuerdos publicitarios. Presta su imagen a Nike, a la marca de raquetas Yonex, la electrónica Beets by Dre , Mastercard, comida Nissin, Louis Vuitton, Tag Heuer , Workday…
Sus campañas de publicidad no han estado exentas de polémica. En 2019, la marca de fideos Nissi, reprodujo una imagen de ella en un anuncio de youtube blanquándole la cara. Retiraron la publicidad al considerarse racista al no reflejar su mestizaje.
Sus orígenes la han llevado a asumir una actitud muy reivindicativa. Conviene recordar que Naomi nació de una relación furtiva. Su madre Tamaki creció en la ciudad de Nemuro y tras su trasladó a Sapporo, en 1990, conoció a Leonard François, un universitario de Nueva York y de origen haitiano que se topó con el rechazo de la familia de su pareja por ser negro. Y a Naomi en las entrevistas le gusta dejar muy claros dos asuntos. El primero; que no es la nueva Serena Williams –a nadie le gustan las comparaciones–, y el segundo, que antes que una tenista es una mujer negra. Durante un tiempo dejó de vestir sudaderas de capucha para no ser considerada sospechosa y al último US Open viajó con siete mascarillas con el nombre de una víctima de la violencia policial en Estados Unidos impresa en cada una de ellas.
En 2019, al cumplir los 22 años, tuvo que elegir entre sus dos nacionalidades, estadounidense y japonesa, para seguir compitiendo. Se quedó con la japonesa con vista a los próximos Juegos Olímpicos de Tokio. Eso sí, en más de una ocasión ha reconocido que se le resiste la lengua japonesa.
Dentro de su lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, se ha hecho propietaria de un equipo de fútbol femenino: el NWSL North Carolina Courage.
El fenómeno Naomi es imparable. A cumula 1,8 millones de seguidores en Instagram, tiene hasta su propio manga que se publica en la revista nipona ‘Nakayoshi’ y su propia muñeca Barbie. De lo que no sabemos nada es de su vida privada. Se define como una chica tímida y rememora un encuentro con Beyoncé en el que solo fue capaz de balbucear dos monosílabos.